miércoles, 23 de diciembre de 2009

Balance temporada teatral 2009x Cecilia Hopkins e Hilda Cabrera/PAGINA12

TEATRO › BALANCE DE LA TEMPORADA TEATRAL EN BUENOS AIRES
Escenas de una realidad compleja


La ciudad volvió a hacer gala de una oferta teatral riquísima e inabarcable, que incluyó desde los conflictos de la clase media hasta las reflexiones sobre el peronismo, pasando por el cruce de disciplinas y la relectura de clásicos.

Por Hilda Cabrera y Cecilia Hopkins
Elaborar un balance sobre la escena de Buenos Aires sigue siendo una tarea compleja. Imposible abarcar tanta producción, aun cuando el teatro, como otras disciplinas artísticas, es todavía materia no contemplada con generosidad por la mayoría de los funcionarios y políticos a cargo del área cultural. Un dato entre otros ha sido el atraso en los pagos a los elencos del Complejo Teatral de Buenos Aires y la clausura de centros culturales por falta de reparación edilicia, producto de la desidia oficial. A pesar de estos descuidos, a los que se suma la lentitud en finalizar las obras del Teatro San Martín, dependiente del Gobierno de la Ciudad, y las también demoradas del Teatro Cervantes, del área de Cultura de la Nación, hubo continuidad tanto en la producción de obras como –en el caso del Cervantes– del programa federal que facilita el intercambio con las provincias. En ese contexto y en el de una violencia social que persiste, la escena supo expresar a través de algunas obras el atropello, la perplejidad y la incertidumbre, invitando a pensar a los más perezosos o sorprendiendo con una puesta o actuación.
Entre las destacadas figuran Medea, protagonizada por Cristina Banegas y dirigida por Pompeyo Audivert; Rey Lear, en la versión de Lautaro Vilo y Rubén Szuchmacher, bien actuada y con un Alfredo Alcón admirable en el estallido de su Lear; Los desórdenes de la carne, de Alfredo Ramos; El misterio de dar, de Griselda Gambaro, una interrogación sobre el desamparo donde la protagonista fue Adriana Aizenberg, dirigida por Laura Yusem; Invenciones, dramaturgia sobre textos de Silvina Ocampo en la que Marilú Marini atrapó con sabiduría escénica; Marat/Sade, del alemán Peter Weiss, en una creativa puesta de Villanueva Cosse; Ala de criados; sobre un revelador texto de Mauricio Kartun; Krapp, la última cinta magnética, de Samuel Beckett, retrato de un ocaso actuado por Walter Santa Ana con dirección de Juan Carlos Gené, a su vez intérprete de Minetti; y Grande y pequeño, del alemán Botho Strauss, con Ingrid Pelicori y Horacio Roca, artistas que, conducidos por Manuel Iedvabni, tradujeron los conflictos de personajes amenazados por la autodestrucción.
Más allá de si interesa o no que el arte refleje aspectos de la vida diaria, hubo piezas que transparentaron el embrutecimiento de las relaciones y la exasperación de los vínculos. Aun así no se escenificaron asuntos que golpean, en el sentido de obras como Sólo brumas, de Eduardo “Tato” Pavlovsky, quien fiel a su “teatro de estados” mantuvo en cartel este espectáculo estrenado en 2008, dirigido por Norman Briski e invitado a encuentros internacionales. Invitación que no es novedad en su caso, tampoco en autores y directores como Daniel Veronese, Rafael Spregelburd, Javier Daulte y Ricardo Bartís, quien mantuvo en cartel La pesca. Briski fue además uno de los artistas que estrenó más obras, como el premiado Julio Chávez, actor, director y autor de numerosas piezas breves.
El teatro de calle dio muestras de creatividad y organización (La Runfla y El Baldío, entre otros), en tanto el pionero y celebrado Grupo Catalinas Sur, de La Boca, no escatimó propuestas. El cruce de disciplinas se mantuvo en los espectáculos al aire de libre como en los de sala. Mezcla artesanal fue la que se vio en La sombra de Federico, de Eduardo Rovner y dirección de Adelaida Mangani y Hugo Urquijo, que incorporó el arte de los títeres. Del enlace entre actores y elementos audiovisuales nacieron piezas como Yo en el futuro, un trabajo sobre el tiempo y la acción de mirar que condujo Federico León; Tren, por el grupo Piel de Lava; y Travelling, con dramaturgia y montaje de Claudio Hochman, quien junto al elenco de La Arena incorporó técnicas de cine y video.
La atracción por los autores premiados en los circuitos comerciales del exterior abrió el camino a las convocantes Agosto. Condado de Osage, del estadounidense Tracy Letts, con Norma Aleandro, Mercedes Morán y un importante elenco dirigido por Claudio Tolcachir; Piaf, musical protagonizado por la excelente Elena Roger; y La forma de las cosas, del estadounidense Neil Labute (el mismo de Gorda), que dirigida por Daniel Veronese alertó respecto de la manipulación social e individual. El premiado Agustín Alezzo estuvo particularmente activo: puso en escena El rufián en la escalera, de Joe Orton, en una versión que alude a la inseguridad urbana; Cena entre amigos, de Donald Margulies (sobre los diferentes modos de concebir las alianzas matrimoniales), y Contrapunto, del británico Peter Schaffer, con interpretación de Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia. Un éxito del off Broadway, La noche que Larry Kramer me besó, de David Drake –sobre la lucha de los derechos gay–, se vio en formato multimedia, interpretado por Javier Van de Couter. Escrita por el húngaro Sándor Márai, El último encuentro reunió a Duilio Marzio, Hilda Bernard y Fernando Heredia bajo la dirección de Gabriela Izcovich. Juan Bosch fue rescatado por la dominicana María Isabel Bosch, creadora y protagonista de Contando a mi abuelo Juan Bosch, otro de los escasos espectáculos de la temporada que trasladó la narrativa al teatro, como también La venus de las pieles, adaptación de Claudio Quinteros de la novela de Leopold Von Sacher-Masoch. La poesía halló lugar en dos trabajos de Silvio Lang: Oratorio pagano, sobre poemas de Olga Orozco, y Nada de Dios, recuperación del universo de la poeta uruguaya Idea Vilariño.
Lo social se fue colando en piezas tan diferentes como Hogar, del británico David Storey, un montaje de Carlos Rivas sobre quienes se aíslan ex profeso para defenderse de los mandatos; El último fuego, de la alemana Dea Loher, dirigida por Ana Alvarado, expuso un inquietante punto de vista sobre la marginación y la delincuencia juvenil; Rosa mística, pieza de Ignacio Apolo, indagó sobre las víctimas infantiles de la violencia urbana; Resplandor, de Héctor Levy-Daniel y dirección de Anahí Martella, se refirió con toques fantásticos a la apropiación ilegal de los recién nacidos; y Fuenteovejuna 1476, con Nora Oneto y dirección de Omar Sánchez, rescató el papel de la mujer en tiempos de dictadura. Los exiliados y perseguidos fueron también materia del chileno Marco Antonio de la Parra, autor de Telémaco o el padre ausente, obra que dirigió Dora Milea y actuaron Patricio Contreras y Patricia Palmer.
Fuente de inspiración, el peronismo ocupó un lugar en Muñequita o juremos con gloria morir, de Alejandro Tantanian y dirección de Juan Carlos Fontana, obra a la que se sumó la visión de Daniel Santoro sobre la figura de Eva Perón. Ambientada en los años del primer peronismo pero en clave de comedia, Los desórdenes de la carne, de Alfredo Ramos, ironizó sobre las convenciones religiosas y sociales de las clases acomodadas. En otra línea, Perón en Caracas, basada en un texto de Leónidas Lamborghini, retrató al Perón de 1956. En Entrenamiento revolucionario, Gabriel Virtuoso elaboró una mirada prospectiva sobre el país, con un peronismo a punto de cumplir cien años en una Argentina subterránea y devastada.
La indagación histórica se hizo ficción en ¿Quién va a pagar todo esto?, retrato del ex presidente Arturo Illia presentado por Eduardo Rovner y actuado por Arturo Bonín; Guayaquil, de Pacho O’Donnell, con Rubén Stella y Lito Cruz; Ala de criados, de Mauricio Kartun, que apuntó a un grupo de señoritos veraneando en Mar del Plata mientras en Buenos Aires se producían las huelgas y represiones de la Semana Trágica; y Rodolfo Walsh y Gardel, de David Viñas. Los sueños desarticulados de la izquierda encontraron cabida en Angelito, obra que Roberto “Tito” Cossa estrenó en los ’90 y que esta temporada recobró Jorge Graciosi. Otro intento fue Una mañana sin sol, de Héctor Oliboni, dirigida por Rubens Correa. Bernardo Carey optó por analizar la manipulación de las noticias en Titulares, dirigida por José María Paolantonio.
La pauperización de la clase media fue motivo central en Tercer Cuerpo (segunda temporada). La dificultad de asumir la construcción de la identidad sexual en el laberinto de los mandatos y las restricciones familiares fueron reflejados en Lote 77, de Marcelo Mininno, y De hombre a hombre, del director Mariano Moro. Niños del limbo, de Andrea Garrote, mostró a una clase media enfrascada en su mundo y desinteresada de los vaivenes sociales. En Los Rocabilis y Amor a tiros, Bernardo Cappa aludió al mundo del rock y el ambiente policial para referirse en clave de comedia a las pérdidas y los fracasos. El choque de ideas en Cuestión de principios, de Roberto “Tito” Cossa y dirección de Hugo Urquijo, expresó el contrapunto entre un padre y su hija, así como en otra línea Caperucita (Un espectáculo feroz), de Javier Daulte, dio cuenta de la conflictiva relación de una abuela, su hija y su nieta. Sobre complejidades interpersonales trató también El regreso del Tigre, de Luis Agustoni, interpretada por Luis Brandoni y Patricio Contreras.
El humor acumuló títulos como Pequeño papá ilustrado, creación de Los Macocos; Club de las Bataclanas, sobre idea e interpretación de Mónica Cabrera; Crónicas de un comediante, de Manuel Santos Iñurrieta; y Así da gusto, espectáculo de la narradora Ana María Bovo, una de las más destacadas artistas en el género junto a Ana Padovani. Sobre mitos populares se vieron Tango turco, de Rafael Bruza, donde se pintó a los argentinos como pasionales, absurdos y grotescos; y Las asesinas de Gardel, de Lucía Laragione y Antonia De Michelis.
No faltaron las relecturas de clásicos. Daniel Veronese estrenó dos versiones de textos de Ibsen: El de-sarrollo de la civilización venidera (Casa de muñecas) y Todos los grandes gobiernos han evitado el teatro íntimo (Hedda Gabler); Alejandro Maci dirigió una versión de La vuelta al hogar, de Harold Pinter; Francisco Javier hizo lo propio con Asesino sin salario, de Ionesco. Juan Carlos Gené y Carlos Ianni dieron a conocer una versión de Minetti, de Bernhard; Edward Nutkiewicz versionó Divinas palabras, de Del Valle Inclán, y Adrián Blanco dirigió Trans-Atlántico, de Witold Gombrowicz. El tiempo y los Conway, de J.B. Priestley, fue la obra elegida por Mariano Dossena para subrayar la pérdida de ilusiones familiares; y Alicia Zanca dirigió La cocina, de Arnold Wesker. Entre los clásicos nacionales Sangra-Nuevas Babilonias, versión de Guillermo Cacace sobre Babilonia, de Armando Discépolo; Nuestros padres, de Nayla Pose, inspirada en Barranca abajo, del uruguayo Florencio Sánchez; El reñidero, de Sergio De Ce-cco, una puesta de Eva Halac, y obras de José González Castillo y otros autores que dirigió Joaquín Bonet en un ciclo de sainetes presentado en la casona de Marcó del Pont.
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miércoles, 21 de octubre de 2009

ENTREGA DE DIPLOMAS NOMINACION PREMIO ACE-MEJOR ESPECTACULO ESPECTACULO ALTERNATIVO 2009












20 DE OCTUBRE ENTREGA DE DIPLOMAS DE LAS NOMINACIONES PREMIOS ACE 2009/MULTITEATRO




NOMINACIONES PREMIOS TEATRO DEL MUNDO-TRABAJOS DESTACADOS 2009

"EL TIEMPO Y LOS CONWAY" DE J.B.PRIESTLEY
FUE NOMINADO EN LAS SIGUIENTES CATEGORIAS PARA LOS PREMIOS TEATRO DEL MUNDO
TRADUCCION TEATRAL:JAIME ARRAMBIDE
ADAPTACION: MARIANO DOSSENA
GRACIAS Y SEGUIMOS SUMANDO!!!

viernes, 9 de octubre de 2009

ATENCION SAN NICOLAS!!!!


Dos Directores para "El Tiempo y los Conway"

Mariano Dossena-Onofre Lovero
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jueves, 24 de septiembre de 2009

"EL TIEMPO Y LOS CONWAY" NOMINADO COMO MEJOR ESPECTACULO ALTERNATIVO-PREMIOS ACE 2009


DOMINGO 27 DE SEPTIEMBRE
ULTIMA FUNCION 2009!!!!
GRACIAS A TODOS LOS QUE HICIERON POSIBLE ESTE HERMOSO ESPECTACULO!!!

viernes, 4 de septiembre de 2009

Critica REVISTA VEAMAS

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sábado, 20 de junio de 2009

REPORTAJE A DIANA KAMEN EN REVISTA VEAMAS


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Critica Revista IMPERIO G

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jueves, 18 de junio de 2009

NOTA EN CLARIN ESPECTACULOS TEATRO: TENDENCIA EN LA CARTELERA PORTEÑA

Las madres de la escena
Los dos grandes éxitos teatrales, "¡Más respeto que soy tu madre!" y "Agosto", en clave grotesca o dramática, rondan en torno a la figura materna. Y hay otros ejemplos en la cartelera. Aquí, madres para todos los gustos. Por: Laura Gentile

La conflictiva, fluctuante, compleja y hasta en ocasiones pesadillesca relación madre hijos, parece estar copando las tablas porteñas. Son muchas las obras que exploran este vínculo: desde los éxitos de la temporada ¡Más respeto que soy tu madre! con Antonio Gasalla y Agosto, con un elenco encabezado por Norma Aleandro, hasta obras más pequeñas como Las llaves de abajo, de Daniel Burman y Damián Dreizik, La pipa de la paz con Mabel Manzotti y Carlos Portaluppi y los unipersonales de Gabriela Acher Algo sobre mi madre... todo sería demasiado y La madre impalpable de Jorgelina Aruzzi, entre otras.

No faltan preguntas. ¿Qué modelos de madre reflejan? ¿Qué obsesiones abordan? ¿Qué conflictos plantean? ¿Qué abruma a los hijos de las madres de hoy?

"Cuando te fuiste le rompiste el corazón a tu padre", le repite una y otra vez Norma Aleandro a la mayor de sus hijas, interpretada por Mercedes Morán en la multipremiada Agosto: Condado de Osage, contraviniendo el más básico sentido del cuidado y la preservación amorosa. Le seguirán otras tantas "dulzuras" dedicadas a sus otras dos hijas, personajes a cargo de Andrea Pietra y Eugenia Guerty.

En esta obra del estadounidense Tracy Letts -dirigida por Claudio Tolcachir-, la madre es el centro neurálgico, alrededor de la cual giran sus hijas como satélites desorientados y todo parece corromperse hasta echarse a perder.

Fue Mercedes Morán quien eligió el texto y lo adaptó para esta puesta. ¿Qué le atrajo de esta mirada? "Me parecen fundamentales los temas que generan problemas a resolver y en especial el vínculo madre e hijo, un vínculo que nos pasamos la vida resolviendo -contesta Morán-. Es la fuente de un montón de conflictos, es un espejo en el cual nos miramos para armar otros vínculos. Es el más fuerte de todos, el que más marcados nos deja, de hecho es recurrente en la literatura".

Mercedes Morán recuerda que la obra de teatro que marcó su debut, El efecto de los rayos gamma sobre las caléndulas, hablaba del mismo tema. "Y en Agosto -explica la actriz-, me pareció genial que la hija mayor, que es la que aparentemente tiene más claro la influencia de la madre sobre ellas y la que se siente con más autoridad en esa casa, es la que está más cerca de repetir el modelo. Era una paradoja bastante dramática. Uno cree que cuando puede ver el comportamiento nocivo de alguien ya está salvado. A veces eso no alcanza".

No contento con mostrar una madre, en Las llaves de abajo, el cineasta Daniel Burman -que debuta aquí como dramaturgo y director teatral-, las multiplica por tres. Ellas (encarnadas por las actrices Chela Cardalda, Elvira Onetto y María Rosa Fugazot) se mueven como criaturas especialmente creadas para atormentar al protagonista, Damián Dreizik, coautor de la obra.

Y aunque en la puesta no se refleje tan claramente, Burman asegura que intentaron reivindicar la figura materna. "En el sentido de que muchas veces esa relación se usa como excusa para todos los demás vínculos que no podemos resolver en nuestra adultez -explica Burman-. Es la gran excusa para no asumir nuestros vínculos adultos, para no hacernos cargo".

Según Burman, ese vínculo fundacional no deja de ser el pasado, "muchos no quieren resolverlo porque es más cómodo quedarse atrapado en esos pliegues que de alguna manera protegen, es un buen escondite".

En un registro mucho más naturalista, La pipa de la paz (protagonizada por Mabel Manzotti y Carlos Portaluppi) también focaliza la relación entre una madre y su hijo. Desencuentros generacionales, extrema intromisión materna y un cierre sin redención, como si, agotado, su retoño sólo pudiera decir: "es insoportable pero ¡qué le vamos a hacer!".

La puesta tiene algo de cliché: en oposición a una madre quejosa y terca, el hijo se gana la vida mediando en conflictos internacionales. La madre de Manzotti propone una identificación rápida a las señoras de las plateas. "Cada frase era un mazazo", asegurará -aún conmocionada-, una de ellas a la salida. Otra se secará las lágrimas en el momento exacto en que la madre se muestra más "controler" que nunca. Manipuladora total, la madre de Manzotti no se calla lo que tiene para decirles a sus hijas, aunque las lastime, actitud que reivindica con orgullo necio.

Si en cualquier manual de psicología básica la madre se erige como sinónimo de nutrición y refugio, en estas versiones es la pesadilla tan temida. Como tener el enemigo en casa.

En El tiempo y los Conway, de J. B. Priestley, dirigida por Mariano Dossena, la madre parece estar más ocupada en pasarla bien que en cuidar o corregir los defectos de cada uno de sus hijos. En La pecadora de Lorenzo Quinteros la madre infantiliza a su hija (la poeta uruguaya Delmira Agustini asesinada por su marido) con un trato aniñado aún a los 20 y tantos años.

Ninguna da remanso, ni contención, ni forma, más bien disparan, atacan, corroen personalidades. Los hijos no parecen muy capaces de defenderse o salir airosos de tal influencia. Están como anulados, atrapados en los conflictos, detenidos en el crecimiento. Los vínculos parecen forzados, obligados, no hay disfrute casi en la compañía familiar, ni alegría, más bien tristeza y desorientación.

Es aquí donde aparece, como excepción a la regla, como mancha blanca, ¡Más respeto que soy tu madre!.

"En esta obra la madre es la que unifica, no la que divide", explica desde España, Hernán Casciari, autor del blog de título homónimo sobre el que está basada la obra. Y agrega: "Es una madre que carga sobre sus hombros una crisis moral de su familia".

En clave de grotesco Gasalla encarna a Mirta Bertotti, ama de casa de 52 años, con esposo desempleado, suegro drogadicto y tres hijos problemáticos. Ella es capaz de entenderlo y apañarlo todo, desde el descubrimiento de la homosexualidad de su hijo hasta la prostitución vía Internet de su única hija menor.

Casciari cuenta que su madre (seguidora del blog desde el 2003) siempre se sintió identificada con Mirta. "No con los problemas de sus hijos -aclara el escritor-, pero sí con ese espíritu optimista y de conciliación".

Finalmente La madre impalpable, el unipersonal de Jorgelina Aruzzi -que espera volver a la cartelera porteña, mientras en agosto se presentará en Rosario- parece mostrar los resultados de las madres anteriores. Como si dijera: el retoño de madres así se convertirá en esto. Una madre treintañera que oscila entre el intento de ser cómplice de su hijo y un limbo de inseguridad y traumas propios que la superan.

Mientras las madres sesentonas se paran sólidamente en una acción represiva o desvalorizadora, las madres de hoy parecieran fragilizadas por el efecto de aquellas, llenas de fugas, dudas, angustias, desbordadas.

Ahora bien, es necesario nuevas preguntas. ¿Qué pasa con este abrumador espejo teatral? ¿Sirve? ¿Aporta algo al espectador? "No soy tan omnipotente de decir que una obra te va a cambiar la vida, sí creo absolutamente en el pensamiento -responde Mercedes Morán-. Como espectadora me ha pasado con algunas obras, una película, un libro, que se te revele algo. Que de pronto algo que no pasaba de un nivel mental acceda a otro nivel de conciencia que te sirva. No digo que una obra me cambió, pero yo puedo decir que un libro, una película me hicieron avanzar muchos casilleros de golpe en el camino de la felicidad".

domingo, 7 de junio de 2009

martes, 12 de mayo de 2009

Nota Pagina/12

PAGINA/12 SECCION ESPECTACULOS
Miércoles, 13 de Mayo de 2009

TEATRO › MARIANO DOSSENA Y LAS HISTORIAS DE EL TIEMPO Y LOS CONWAY

“Palabra, situación y vínculo”

Así describe el director las cualidades que lo llevaron a elegir y montar una obra del inglés J. B. Priestley, que a pesar de haber sido escrita en 1937, no queda reducida a su época. “El tema no resiste fronteras estéticas”, dice.
Mariano Dossena dirige un elenco mayoritariamente integrado por mujeres.
Imagen: Rafael Yohai

Por Cecilia Hopkins
Escrita por el inglés J. B. Priestley, estrenada en Londres en 1937, El tiempo y los Conway retrata los anhelos y frustraciones de los integrantes de una familia que vive en las afueras de Londres. Según anticipa el título de la pieza, con la idea de realzar los efectos devastadores del paso del tiempo, el autor intercaló entre el primero y el último acto –que transcurre durante una alegre velada, una vez terminada la Primera Guerra– un cuadro en el que se ve a los mismos personajes casi veinte años después, poco antes de comenzar la segunda gran contienda, sumidos en la desesperanza, a punto de perder todos sus bienes y la mayor parte de ellos, con sus ilusiones rotas. Así, el espectador puede asistir al fin de fiesta inicial con la ventaja de conocer de antemano el destino de toda la familia.
A pesar de las características de su estructura, su formato tradicional no hace de esta pieza un material demasiado frecuentado por los grupos de teatro. Además, los roles a representar son muchos: una madre, tres hermanas (la que sueña con ser escritora, la que muere muy joven, la que sólo desea casarse y la militante socialista) y dos hermanos, más amigos y pretendientes. No obstante, el joven director Mariano Dossena se animó a conformar el nutrido elenco (en el que se destacan Alcira Serna, Diana Kamen y Luis Gritti) para presentar la pieza en el Centro Cultural de la Cooperación, los domingos a las 20.30. Con una formación ecléctica (entre sus maestros figuran Juan Carlos Gené, Augusto Fernández, Rubén Szuchmacher y Luciano Suardi), Dossena recuerda este texto de Priestley desde que en la adolescencia lo leyó especialmente por su estructura, que lo aproxima al cine. Sin embargo, el aspecto decisivo fue otro. “Elijo una obra si me emociona y si a través de ella puedo contar algo de mí mismo”, precisa en una entrevista con Página/12. El director reconoce que, mientras estaba ensayando, les confiaba a otros teatristas el proyecto de su montaje y a muchos les parecía una apuesta fuera de época: “Me miraban raro, como si yo hubiese querido sacar a la luz una pieza de museo”, sonríe hoy. De alguna manera consciente de aquel peligro, para contrarrestar el efecto que también el tiempo pudo haber hecho con la obra, Dossena utiliza la traducción de Jaime Arrambide, que abunda en giros rioplatenses.

–¿Cómo eligió una obra que no tiene afinidades con las tendencias formales del teatro alternativo?
–Me decidí por un texto que podríamos llamar “clásico” porque vengo trabajando con autores muy sólidos en su textualidad, como Paul Auster o Marguerite Duras. Me interesa trabajar con la palabra, la situación y los vínculos. Y que exista una historia que contar. Me siento pleno a la hora de encarar un proyecto con el sostén de un texto potente: me gusta escuchar la propuesta del autor, que es para mí la materia prima del espectáculo.

–¿Cree que es difícil imponer en la cartelera una obra que está por fuera de las modas teatrales?

–En principio sí, porque sentí que era una propuesta un tanto alejada de lo que hay en el teatro independiente. Es una obra que cuenta una historia de época y de larga duración, más cercana, tal vez, a las que pueden verse en un teatro oficial. Pero a casi cuatro meses de funciones puedo decir que todo lo que pensé que tenía en contra, lo tuve a favor.

–¿Sigue vigente el tema de la familia en el teatro?

–Sí, tal vez porque es un tema que no resiste fronteras estéticas y en el que cada uno puede verse identificado o ver a “otros” en alguno de los caracteres que propone Priestley en esa familia tan particular. A veces me parece que los teatristas nos olvidamos un poco del público a la hora de pensar un proyecto, como si necesitáramos hablarles a otros colegas. Entonces el teatro se vuelve un hecho intelectual, una discusión teórica más que un hecho vivo, que entretiene y genera ilusión. Cuando veo obras solamente preocupadas por dialogar con el medio teatral, yo me aburro.

–¿De qué le habla esta obra al espectador de hoy?

–El tema más importante que maneja la obra es el de los deseos incumplidos y las oportunidades perdidas en la carrera por la supervivencia: los Conway toman malas decisiones, teniendo todas las posibilidades a su favor. La obra es una tanto cruel, porque los hijos confunden sus rumbos y porque todas las parejas que se forman tienen un final amargo. Pero está presente el humor, la ironía feroz, propia de J. B. Priestley.

–¿Cuál es su opinión acerca de las expectativas de la socialista de la familia Conway?

–Madge (Alcira Serna) es la mayor de las hijas, uno de los personajes más entrañables de la obra; es quien tiene los más altos ideales. Es una docente convencida de que, después de la guerra, la gente aprenderá la lección y “la civilización triunfará”. Los ideales incumplidos, el fervor apagado por la realidad, esto la vuelve reseca y resentida. Creo que podemos escuchar en ella la voz política de Priestley y el compromiso social con su tiempo.

–¿Por qué cree que el autor “mata” al ser más puro de la familia?

–En Carol está el mensaje más desesperanzador de la obra. En ella el autor quiso subrayar su mirada descreída sobre la condición humana: Carol sólo deseaba vivir, a diferencia de sus hermanos, que sólo anhelaban dominar.

–¿Qué representa el personaje del marido de la única Conway que se casa? ¿Se trata del capitalismo a ultranza?

–Sí, absolutamente, es el personaje diametralmente opuesto a Madge: a lo largo de la obra los veremos discurrir en cuestiones netamente ideológicas. Ernest es un yuppie de esa época que pasa de dominado a dominante y les hace tomar a los Conway de su propia medicina.

–¿Qué reflexión le merece la teoría que el hermano mayor explicita acerca del discurrir del tiempo?

–Esa teoría del tiempo es el leitmotiv de la obra. Priestley era un asiduo lector de J. W. Dunne, autor de Un experimento con el tiempo, donde exponía una concepción bastante particular: pensaba el tiempo como un espacio donde todos los sucesos de nuestra vida acontecen permanentemente, una línea imaginaria en la que los individuos nos desplazamos, pasando de una vivencia a otra. Lo bueno y lo malo, todo sigue transcurriendo ahí, en algún lugar. Así Priestley da a entender “luz y oscuridad” y que, cuando esto se comprende, “por el mundo vas tranquilo”, como decía William Blake.
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lunes, 27 de abril de 2009

"El Tiempo y los Conway" en Rosario, Santa Fé

"El Tiempo y los Conway"
J.B.Priestley
Sabados 16 y 23 de mayo 21 hs
Teatro Nacional
Cordoba 1331
Rosario, Santa Fé

viernes, 3 de abril de 2009

4° mes de exito y cambio de Horario Domingos 21:30hs


"Los Conway" entran en su 4° mes de funciones a sala llena !!!
a partir del domingo 5 de abril las funciones seran Domingos 21:30hs
Siempre en el Centro Cultural de la Cooperacion, Avda Corrientes 1543-CABA

gracias por acompañarnos!!!
Todo el equipo de "El Tiempo y los Conway"

Buenos Aires Herald

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miércoles, 18 de marzo de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

sábado, 7 de marzo de 2009

Critica semanario Noticias Urbanas

Link a la nota: http://www.noticiasurbanas.com.ar/apc-aa-nu/img_upload/c7696df587d8fc3a292e05d21aae64
57/177.pdf

Los Conway es una familia inglesa
con esperanzas para el futuro.
Acaba de terminar la Gran Guerra y
sus integrantes quieren mirar hacia
delante con fe. El tiempo y sus idas y
vueltas (dos momentos contrapuestos en
tres actos -apogeo y caída familiar-) está
muy bien desarrollado por la dirección de
Mariano Dossena, que captó la esencia
dramatúrgica de Priestley. La escenografía
y el vestuario son destacables. El ritmo de
la puesta es atrapante, con un espectador
que sabe más que los personajes pero se
sorprende tanto como ellos con los acontecimientos.
Las actuaciones son desparejas
(hay personajes sin gracia o sin fuerza)
y le restan solidez a un texto excelente.
Se destacan Luis Gritti como Alan, un
personaje de creciente importancia a
medida que pasa la obra, Alcira Serna, la
hermana socialista que muta en una
maestra resentida y Diana Kamen, una
Joan tan tonta como querible. "El tiempo
y los Conway" atrapa al espectador con un
texto y una dirección de calidad.

viernes, 6 de marzo de 2009

Critica Revista Noticias por Cecilia Absatz

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jueves, 5 de marzo de 2009

Reportaje a Mariano Dossena por Monica Berman en Alternativateatral.com



Los tiempos y las puestas
05/03/2009 Por Mónica Berman Reportaje a Mariano Dossena
Foto: Silvana Miyashiki
Mariano Dossena es un director joven ciertamente particular. ¿Por qué? Porque está construyendo un recorrido atípico. Los tres últimos autores que eligió para sus obras fueron: Paul Auster, Marguerite Duras y actualmente, J. B.Priestley.En una escena donde muchos de su generación rehuyen de los textos dramáticos él asume un desafío diferente. Razón suficiente para ir a hacerle un par de preguntitas.

-Contame cuál fue tu formación, con quiénes estudiaste.
-Me formé como actor y director con maestros como Juan Carlos Gené, Verónica Oddo, Augusto Fernández, Rubén Szuchmacher, Luciano Suardi... El orden no tiene que ver con una jerarquía, sino con la aparición en la memoria...También con algunos profesionales del exterior como Alberto Isola (Perú), Jorge Guerra (Perú), Beatricce Braco (Italia) y Marcelo Díaz (director residente en Alemania).
-Uno podría pensar que hubo una variación, porque no empezaste con autores "consagrados", por llamarlo de algún modo...
-Es cierto. En un principio fue Del estómago bien gracias, de Silvia Spina y luego Bardo, la puerta de la tierra pura, que era una propuesta con dirección, dramaturgia y actuación de Silvana Correa y mía. Ensayo anterior, que la conocés, ¿no?
-Sí, claro. Bastante, digamos...
-Bueno. Ahí estuvo el quiebre, porque el trabajo fue con autores consagrados pero no con una obra completa, sino con fragmentos, cruces... Luego llegó Espacio Escondido, de Paul Auster, La música, de Marguerite Duras y actualmente El tiempo y los Conway. El trabajo es totalmente distinto.
-Antes de entrar directamente en tu puesta actual, contame acerca de tu lugar en relación con la actuación.
-Mirá: realmente es muy pero muy heterogéneo, en varios sentidos. Por un lado, por las obras, los directores, y por el otro, por la experiencia diversa de los pasos por el teatro, el cine y la televisión. Como ejemplo, nada más, puedo decir que trabajé en la sala Carlos Carella, en Liberarte, pero también en el Centro Cultural Recoleta y en el Teatro General San Martín, que hice Mateo, de Armando Discépolo y Seresleves, de Javier Margulis ¿Alcanza como muestra?
-¿De la diversidad? Ya lo creo... ¿Y fuera del teatro?
-Trabajé en Temporal, de Carlos Orgambide, en un coprotagónico y después en televisión participé en Chiquititas, Padre Coraje, Como vos y yo, Casi ángeles...Pero eso no es todo. También hice la asistencia de dirección de Ahora somos todos negros, con Leonor Manso e Ingrid Pelicori, en el CCC. Además, desde 2004 trabajo como profesor de teatro en el Colegio Nacional de Buenos Aires (UBA) y en diversas instituciones culturales.
-Muy bien. Tenemos un panorama más o menos general de tu historia. Ahora entremos en el presente ¿Por qué elegiste últimamente autores como esos?
-Creo que los autores que elijo para mis proyectos tienen un factor común: un fuerte apoyo en el texto y en la situación y un espacio definido. Me interesa el realismo de la situación, deseo que aquello que el autor imaginó suceda en el cuerpo de los actores. Para mí el desafío radica en que la situación, por mínima que sea, esté habitada por el decir y que el espectador pueda verse reflejado en algo que sucede.Elijo una obra si me emociona, si a partir de ella puedo contar algo de mí en lo que estoy haciendo. Es cierto que trabajé como actor y director partiendo de improvisaciones y han sido experiencias muy gratas, pero hoy la obra, el texto, es mi eje cuando me decido a encarar un proyecto.
-¿Cómo fue la elección de esta obra?
-La había leído en mi adolescencia, en mis primeros acercamientos a la literatura dramática; leía de manera desenfrenada, todo lo que hubiera a mi disposición, aunque no supiera bien de qué se trataba. La lectura era una manera de estar conectado todo el tiempo con esa actividad que me empezaba a alucinar que era el teatro.Esa obra me trajo una sensación muy extraña. Ese raro manejo del tiempo me dejó pensado y se ve que quedó en mi inconsciente por muchos años. Justamente, hablando de ese aroma a adolescencia, volví a reencontrarme con el texto cuando buscaba una obra para hacer con el Grupo de Teatro del Colegio Nacional de Buenos Aires. En esa búsqueda reapareció El tiempo y los conway y encontré ahí aquello que quería contar. Desde ya que significaba un tremendo desafío. Era un proyecto un tanto grande para las condiciones de producción actuales del teatro independiente (10 actores, 2 épocas, 1920-1940), pero aun así puse manos a la obra. En primera instancia obtuve los derechos y luego recurrí a Jaime Arrambide para que realizara una nueva traducción. Necesitaba un lenguaje más cercano y él lo logró perfectamente bien. Primero, en lo que a mí respecta y luego para los actores. Hubo un momento de pruebas con Jaime hasta que todos quedamos conformes.
-¿Cómo fue la elección de los actores?
-En principio, tuvo que ver con construir esta familia inglesa. Me importaba mucho que desde lo visual fuera creíble. Convoqué actores con los que ya había trabajado en otras puestas, además de algunos ex alumnos y por otro lado hice una convocatoria para completar el elenco. Tuvimos varios encuentros de trabajo de texto con Arrambide y los actores, y luego nos dispusimos a trabajar con la obra.El proceso de ensayo duró casi 9 meses. Empezamos a acercarnos a ese mundo con algunas improvisaciones y trabajos individuales, pero rápidamente iniciamos el trabajo con el texto. Tuvimos momentos de mucho caos. Armonizar 10 energías en escena no es nada fácil. Por otro lado, pensá que era gente que no había trabajado junta en oportunidades anteriores, gente de diferentes edades, con diferentes registros actorales...Además yo creo que ni los actores ni los directores tenemos demasiado ejercicio en trabajar con elencos numerosos, ya que, por motivos de producción y tiempo, es difícil sostener un proceso de ensayo continuo y profundo. Creo que nosotros hemos tenido mucha suerte de poder concretar el proyecto y estoy feliz con el resultado. Para mí ha sido una experiencia increíble, de las más difíciles, pero valió la pena.
-¿Cómo trabajaste la cuestión de la puesta?, ¿cómo pensaste el espacio, lo sonoro?
-En realidad, trabajé la puesta a partir del autor. Me inspiró el propio J.B. Priestley, ya que respeté el espacio propuesto por él, esa especie de cuarto del fondo de la casa donde los hijos juegan, que luego en el acto 2 se convierte en una sala de estar donde la familia se reúne a hablar de dinero. Trato de escuchar mucho al autor. Creo que en su propuesta esta la clave de la obra. En cuanto a lo sonoro, hay dos planos: el de la realidad, por llamarlo de algún modo que tiene que ver con el clima de la obra, la fiesta, el sonido exterior, etc. y por otro lado, el de una música original especialmente compuesta para la ocasión por Diego Lozano, con algunas reminiscencias clásicas, que le otorgan el tinte de aquellos años.
-¿Qué pensás de la decisión de los directores de cumplir este papel múltiple de director, actor, dramaturgo, decisión que obviamente no asumiste? ¿ Tenés una posición valorativamente en contra?
-Creo que es una decisión respetable, aunque a mí no me llama demasiado la atención. Como te decía antes, me maravilla la perfección de algunos autores teatrales y siento ganas de sumergirme en esos mundos ajenos para apropiarme de ellos. A veces cuesta supeditarse a las restricciones que te propone un autor, sobre todo en autores sólidos, que de por sí ya te proponen la puesta en sus acotaciones. En ocasiones es difícil superar esa propuesta. Hay muchos directores que se creen mejores autores que los autores mismos. Entonces me pregunto: ¿por qué toman un dramaturgo? Tal vez sea mejor hacer un texto propio, antes que torcer la voluntad de aquél.Creo que actualmente hay, por parte de ciertos directores, una tendencia a mirarse un poco el ombligo y a considerar, además, que cualquier texto que escriban puede resultar interesante, incluso a creer que el texto propio le agrega cierto valor a la cosa. No coincido con esa ecuación. Me parece que el trabajo del director es hacer emerger el pensamiento y la intención del auto. El director debería estar al servicio de la puesta, de los actores y de lo que se quiere contar. Para mí, el arte del director es generar los mecanismos escénicos para que se cuente una historia en el escenario. La poética de actuación, el estilo, son también decisiones del director. Sé que este pensamiento puede sonar a que soy un "bicho raro" (me lo han dicho colegas cuando les contaba este último proyecto), pero a veces me siento más cercano al teatro "viejo" (como lo suelen llamar los popes modernos) que a los directores de mi generación, posición que me alegra y que seguiré transitando como sea.
-Amén. Digo, está genial que haya posiciones divergentes en nuestro teatro. Muchísimas gracias.
-De nada...

viernes, 27 de febrero de 2009

Critica Hector Puyo-Diario Accion

EL TIEMPO Y LOS CONWAY J. B. Priestley

Afortunada incursión en el universo del autor inglés J. B. Priestley (1894-1984) por un elenco juvenil que, comandado por Mariano Dossena, revive la historia de una familia burguesa en la campiña de Inglaterra entre 1919 y 1939. Amores, fidelidades e hipocresías se conjugan y entretejen entre el jolgorio de los entretenimientos sociales y el deterioro de aquellos sentimientos. La virtud de Priestley, un hombre preocupado por el tema tiempo/espacio y de perfil progresista, es alterar el orden de los acontecimientos –con alguna influencia de su preciado J.W. Dunne, el de Un experimento con el tiempo, y con un aroma que lo acerca a Pirandello– para que el espectador conozca de antemano lo que los personajes no. Esa suspensión de una convención escénica da al relato un atractivo especial, que el grupo aprovecha para no pocos lucimientos. Además del vestuario y la escenografía, vale el desempeño del sector femenino, por lo general notable –con aciertos notorios en Mecha Uriburu, Mariela Rojzman y Diana Kamen– y entre los hombres lo más destacable está en León Bara y, sobre todo en Luis Gritti. (CCC Floreal Gorini, domingos a las 20.30). Héctor Puyo

viernes, 20 de febrero de 2009

El teatro de j.b. priestley regresa a los escenarios porteños-Nota Agencia Telam

Buenos Aires, 2 de febrero (Télam).- El director Mariano Dossena es responsables de la versión de "El tiempo y los Comway", de J.B. Priestley, que con traducción de Jaime Arrambide se ofrece en el porteño Centro Cultural de la Cooperación (Corrientes 1543), domingos a las 20.30.
John Boyton Priestley (1894-1984) fue un dramaturgo británico muy visitado por los elencos argentinos hace medio siglo a través de piezas como "Esquina peligrosa", "Yo estuve aquí una vez" y "El árbol de los Linden", todas con juegos sobre el tiempo.
"Esta es una obra que me acompaña desde mi adolescencia -dijo Dossena (33 años) en declaraciones a Télam-, una de las primeras que leí cuando empecé a desarrollar mi interés por el teatro; me quedó un sabor sorprendente, fue determinante."
Dossena dicta clases de actuación en el Colegio Nacional de Buenos Aires, "donde hacemos obras clásicas; y cuando me reencontré con esta pieza me dije por qué no hacerla con actores profesionales...".
"Yo, como director joven, me siento un poco como bicho raro dentro de mi generación -apuntó-, tengo algo distinto, me gusta mucho el teatro de repertorio, de texto, piezas de Tennesee Williams, Lorca, mi favorito..."
Dossena reivindicó "esos aromas", "que creo que están entroncados con lo que está pasando ahora, lo que están haciendo los nuevos dramaturgos; creo que son autores que hay que revisar para entender mejor el presente", dictaminó.
Señaló que normalmente no se aprecian obras de ese estilo en los teatros no comerciales: "Se ven en los oficiales, el San Martín o el Cervantes, pero en el teatro independiente es muy difícil abordarlas".
"Eso por problemas de estructuras de producción, de tiempos de los actores -apuntó-, nosotros tuvimos suerte tanto con el elenco como con la estructura que usé, porque medianamente pudimos salir adelante y la propuesta es muy digna visualmente."
La pieza es compleja porque abarca dos épocas, 1920 y 1940, separadas entre sí, "de modo que el trabajo de vestuario y escenografía es muy intenso, porque son dos épocas muy distintas y los actores atraviesan dos edades: 20 años atrás y 20 hacia adelante".
"Es una obra muy disfrutable para actuarla y para dirigir también, muy compleja para sostener: es una obra de tres actos que serán representados en su orden aunque sin intervalo, con algunas podas lógicas y una actualización del lenguaje", apuntó.
Y agregó que tampoco los cortes fueron tantos "porque el texto es tan interesante y rico, así que hubo que 'podar' con mucho cuidado" para no debilitar los cambios en el tiempo, que son la clave principal.
Dossena lamentó que muchos teatros actuales no tengan telón de boca: "Yo recuerdo cuando mi padre me llevaba al teatro e imaginar qué iba a pasar después que se corriera el telón es algo que también se ha perdido porque ahora las salas también son distintas", comentó.
"Ahora las salas se inclinan hacia lo cotidiano, se alejan de la vieja herradura a la italiana y tienen a ser más 'espacios', abiertos y multifuncionales, que hace que aquella ilusión teatral esté un poco olvidada", sintetizó el director.
El elenco de "El tiempo y los Conway" está integrado por Victoria Arderius, León Bara, Hernán Bergstein, Luis Gritti, Diana Kamen, Gabriel Kipen, Margarita Lorenzo, Mariela Rojzman, Alcira Serna y Mecha Uriburu.
En tanto, el vestuario es de Julieta Fernández Di Meo y Nicolás Nanni, la escenografía de Nanni, las luces de Pedro Zambrelli y la música de Diego Lozano.(Télam).-
hp-sa-jag
Telam.com.ar

jueves, 19 de febrero de 2009

Los Conway agotan otro domingo mas!!!



Podes ir sacando tu entrada para el Domingo 1° de Marzo, pero apurate que se agotan!

Avda Corrientes 1543

Critica Lucho Bordergaray-Web Montaje Decadente

Link a la nota: http://montajedecadente.blogspot.com/2009/02/teatro-el-tiempo-y-los-conway-de-john.html

teatro // El tiempo y los Conway, de John Boynton Priestley, según Mariano Dossena
La Gran Guerra –esa que después fue bautizada como Primera Guerra Mundial– estaba llegando a su fin. Los horrores vistos y padecidos a lo largo de esos cuatro años imponían la necesidad de creer en la inmediata llegada de tiempos de paz y de progreso. Buenos deseos con poco o ningún asidero.La vida familiar de entonces estaba atravesada por lo que esa realidad generaba: el fin de la angustia y de la incertidumbre, el regreso de los varones que fueron al frente, el encaminarse a un futuro venturoso y de bonanza sin límites. En ese clima están los Conway cuando entramos en su casa. Es la fiesta por los 21 años de Kay, quien aspira ser escritora y, de alguna manera, parece ser quien enfoca este relato de su vida hogareña. La acompañan sus tres hermanas: la inocente y pequeña Carol, la bella –y muy confiada en su belleza– Hazel, y Madge, la mayor, maestra y socialista militante. También está la madre, una viuda que coquetea discretamente con los ajenos y distribuye arbitrariamente roles entre los propios. Faltan los hijos varones: Alan, un bonachón que tolera ser ensombrecido –si no humillado– por su madre, y Robin, el mimado de mamá que sólo brilla por la permanente y zalamera mirada de ésta. Y de quienes participan de la fiesta conoceremos a Joan, una señorita casi tonta de tan sencilla, a Gerald, un pretensioso pueblerino, y Ernest, oscuro y torpe amigo del anterior.El segundo acto nos lleva al mismo día, pero de 1937. Los Conway se reúnen en la casa materna ya no para festejar el cumpleaños de Kay, sino para buscar solución a la crisis financiera a la que han llevado los caprichos y las preferencias de la madre. El panorama es bastante desolador: nada queda del optimismo que les vimos en 1918. Todo indica que pronto habrá una nueva guerra. Todo indica que los sueños dieron paso a pesadillas. Pero el tercer acto nos devuelve a aquella luminosa noche inicial, como si en realidad se le hubiese permitido a Kay asomarse al futuro y ver las duras consecuencias de las decisiones desacertadas que toman sus familiares movidos por aquella simplona y eufórica esperanza.En su película Irreversible (2002), Gaspar Noé termina/inicia su relato con una tesis: “El tiempo lo arruina todo”. Sesenta y cinco años antes, Priestley comprobaba algo similar, pero como entonces no se había inventado la comodidad intelectual de la posmodernidad, no le achaca los males al paso del tiempo, pues los sabe y los asume como consecuencias de las elecciones y a las acciones de las personas, que se viven y yerran en el tiempo. Por esto es tan valioso volver a El tiempo y los Conway: no solo por su valor estético, su bello texto (en este caso, cuidado por la traducción de Jaime Arrambide), su fuerte y detallado entramado, sino también por devolvernos a un mundo de responsabilidades, donde las acciones y las decisiones tienen consecuencias. Donde, digámoslo, los seres humanos tienen la oportunidad de ser adultos. Elección, por tanto, valiosa y valiente la del director, Mariano Dossena, al proponerse hoy decir esto, cuando la peor plaga y la que más rápido contagia es el síndrome de Peter Pan, que no siempre incluye retoques faciales, pero sí o sí desemboca en el limbo ético de una irresponsabilidad falsificada.Suma este trabajo la honestidad desde la que fue encarado, el respeto con que se trata al texto, el adecuado vestuario de Julieta Fernández Di Meo y Nicolás Nanni, así como la escenografía sencilla pero suficiente de este último. De las heterogéneas actuaciones se destacan las de Alcira Serna como Magde, Diana Kamen como Joan y Luis Gritti como Alan.A los aciertos de Mariano Dossena hay que agregarle el uso de un espacio escénico reducido en el que supo disponer los movimientos del nutrido elenco.Encontrá la ficha artística y técnica y la información de las funciones de El tiempo y los Conway en este link a Alternativa Teatral

viernes, 13 de febrero de 2009

No hay mas localidades! Domingo 15 de Febrero


Podes sacar tus entradas para el Domingo 22 de Febrero
Boleteria: 5077-8077

sábado, 7 de febrero de 2009

Localidades Agotadas para el Domingo 7 de febrero


Ya estan en venta las localidades para el Domingo 14 de febrero
Boleteria 5077-8077

Critica Buenos Aires Herald


domingo, 1 de febrero de 2009

Localidades Agotadas para el domingo 1° de Febrero



Ya estan en venta las entradas para el domingo 8 de Febrero!!!!

martes, 27 de enero de 2009

Critica Silvia Urite-Premios Teatro del mundo

El tiempo y los Conway- de J. B Priestley- Dir Mariano Dossena
“La era de la inocencia ha llegado a su fin”- Por Silvia Urite-Investigadora Teatral- Jurado de los Premios Teatro del Mundo


Link de la nota: http://silviauriteteatro.blogspot.com/2009/01/el-tiempo-y-los-conway-de-jb-priestley.html


J. B Priestley (1894- 1984). Su web oficial: www.jbpriestley.co.uk lo presenta como escritor, novelista, dramaturgo, ensayista, locutor, guionista, experto en temas sociales y hombre de letras.Al cumplirse el 25 ° aniversario de su muerte, el director Mariano Dossenna ha llevado a cabo la puesta de una obra de 1937, El tiempo y los Conway.El autor participó en la 1° Guerra Mundial, en el frente francés, algo que un personaje de Los Conway experimenta.
La obra se inicia durante el cumpleaños N° 21 de Kay, una de cuatro hijas de una familia de madre viuda, que cuenta también con dos hijos.Tiempo después vamos a asistir a una reunión que va a suceder en el cumpleaños N° 40 de Kay.
El primer cuadro resulta ingenuo, a comparación del segundo, donde reina el cinismo.
Existe un tercer cuadro que va a producir un flashback hacia la época del primero.La pieza representa el tiempo de las ilusiones perdidas, el cruel paso del tiempo que destruye los sueños.
Durante el primer acto Priestley nos presenta a los personajes: una madre autoritaria, reciente viuda, que quiere imponer su voluntad sobre sus descendientes.
Entre las hijas, la menor, Carol, “un ángel” que no ha llegado a los 16 años; Kay, la que sueña con ser novelista; Magde, una joven y ambiciosa maestra de primaria, y Hazel, la linda del pueblo, sufre el acoso de los oficiales que visitan el pueblo.
El cumpleaños se ve marcado por el regreso de Robin, el hijo que es la promesa de futuro de la familia, mientras, Alan, el tímido, espera en silencio y en la sombra.Tres personas que no son familiares visitan la casa: una amiga de las chicas, algo soñadora y tonta, un joven abogado y un empresario recién llegado al pueblo. Por supuesto, estos personajes van a entrecruzar sus vidas con la de los Conway.En el cumpleaños N° 40, varios de los hijos viajan desde lejos, ya no pertenecen a la casa familiar.
La reunión ya no es un festejo sino un encuentro para dirimir la herencia de los Conway, el tiempo y el dinero han opacado todo.De este modo, cambian las voces, los cuerpos de las actrices y de los actores. La que antes era deseada, ahora es ultrajada, la idealista se ha vuelto apática, la escritora redacta entrevistas de poco valor. De los hermanos ni hablar, el sueño no se ha cumplido.
La escenografía es simple: una ventana y unos pufs o un sillón, y un piano. La ambientación está cuidada hasta el más mínimo detalle, como por ejemplo las tazas de porcelana inglesa.
Se destacan las actuaciones de Alcira Serna (Magde), la maestra socialista; Mariela Rojzman (Kay), la escritora y Gabriel Kipen (Robin), el soldado recién llegado.
Al final del segundo cuadro, hay un diálogo emotivo entre Kay y Alan (Luis Gritti), que recitan a William Blake.El vestuario y maquillaje se adaptan a la época. Mientras en el primer cuadro asistimos al apogeo y caída de la Belle Epoque, en el segundo, se avecina otra nueva guerra mundial y su escasez.La pieza es realista, pero es interesante el retroceso hacia el pasado y su nueva conformación. Las actuaciones son parejas y cada rol es ocupado con su debido respeto hacia la letra de Priestley.

viernes, 23 de enero de 2009

Los Conway agotaron!

Localidades agotadas para el domingo 25 de enero!!!
ya estan a la venta las localidades para el domingo 1° de Febrero
consultas Boleteria: 5077-8077

jueves, 22 de enero de 2009

sábado, 10 de enero de 2009

Ultimando detalles...




LUCIO Y MERY(REALIZADORES ESCENOGRAFICOS) ULTIMANDO DETALLES

















martes, 6 de enero de 2009

Los Conway y Los Otros


La Argentina, el tiempo y el otro x Eduardo Fidanza para La Nación

Viernes 17 de octubre de 2008

Un anciano está ante un río; contempla el fluir del agua, que, inevitablemente, lo lleva a pensar en el paso del tiempo. Permanece quieto, recostado en un banco; se complace de estar solo. Comprueba de pronto que se ha sentado cerca un joven; decide no levantarse enseguida para no ser descortés. Le parece reconocer a su acompañante circunstancial, que silba una melodía familiar. Distingue poco a poco sus rasgos, que guardan un parecido notable con los suyos de hace cincuenta años. Se horroriza.

No huye; encara al joven, le formula las preguntas de rigor: dónde nació, cómo se llama, dónde vive. Confirma, con estupor, que ambos son la misma persona desdoblada en el tiempo. Sigue una conversación tensa y sin objeto, en la que cada uno adoptará una estrategia. El anciano, con clarividencia que desdeña, porque es la del ocaso, le adelantará al joven cómo será su vida. El joven, que defiende su libre albedrío, no se dejará dominar por esa fatal certeza. Los separan el tiempo y el espacio. Por lo demás, hay pocas coincidencias entre ellos: algunas escenas familiares, ciertos libros compartidos, haber nacido en la Argentina. Y hay una discrepancia acerca de si la fraternidad entre los hombres es factible o retórica. El joven tiene ideales; el anciano, escepticismo.

Esta trama pertenece, como algunos lectores lo habrán advertido, al cuento de Borges titulado El otro, una de las tantas variaciones de su obsesión por el doble y los espejos. Lo encontré sin saber que lo buscaba. Y al releerlo me sobrevino la pregunta: ¿de qué hablaríamos el joven que fui y el adulto que soy si nos cruzáramos algún día? El diálogo inverosímil que imagino sería, acaso, político o literario, no sentimental. Fatalmente, lo intuyo, hablaríamos de la Argentina, ese invento frustrado (la idea es de Halperín Donghi) que un día inevitable me sobrevivirá.

El episodio no podría suceder en Cambridge, frente al río Charles, donde nunca estuve; tampoco en Ginebra, cuyas calles recorrí, pero apenas recuerdo. El encuentro, con más modestia, acontecería tal vez en Buenos Aires; tal vez en una librería, porque ése es un lugar intemporal en mi vida. Alguna de las que perduraron, que son pocas, pero las hay. Pude estar allí hace cuarenta años como lo estuve esta tarde.

No siento el horror de Borges, aunque no sé si el que fui tendrá interés en escucharme. Lo veo muy atento hojeando un tomito bilingüe de las obras escogidas de Rilke en una edición, hoy inhallable, de Plaza & Janés, con tapas verdes (será uno de sus libros predilectos, al tiempo lo extraviará y nunca podrá recuperarlo). Recuerdo que en esa época el muchacho no distinguía todavía sus pasiones: el poeta de Duino, la teoría social, las peleas de Monzón y la política argentina lo atrapaban por igual.

Me presento; nos reconocemos. Ante su impulsiva curiosidad (los rasgos de carácter no se modifican) cometo la imprudencia de decirle, sin prólogo, que la lucha entre facciones que rige su presente no pudo resolverse, aunque se moderaron, eso sí, las formas; que los políticos no alcanzaron aún la lucidez y se acaba la paciencia; que muchos empresarios no quieren arriesgar, siguen buscando la amistad del gobierno de turno; que en estos años algunos sindicalistas se convirtieron en magnates. Le prevengo que verá desharrapados hurgando basura en las calles, crímenes por un par de zapatillas, niños desnutridos; le anuncio que la universidad en la que estudia, entonces la mejor de América latina, hoy es un tumulto sin destino. Le confieso, con vergüenza, que aun las naciones más amigas ya no nos entienden, que nadie se explica la insistencia en ser menos de lo que podríamos ser.

El joven que fui me interrumpe (yo hubiera hecho lo mismo); no me deja perderme en el pesimismo, que suele ser un síntoma detestable de la vejez. Me reprocha que lo abrume con desgracias; me contesta que, en tal caso, ése es mi país, pero no será el suyo; que él tiene una fe ¡que yo no tuve!

Me obliga a matizar el relato, a reconocer algunos hechos. Le cuento que hubo una matanza y luego una guerra perdida; que, al cabo, llegó la democracia; que la gente salió a la calle a vivar la libertad y respirar el aire nuevo; que renació el arte y el entusiasmo por la cosa pública; que se dijo "nunca más" a los crímenes y hubo un juicio ejemplar a los culpables. Reconozco, en fin, que más allá de errores y conatos, fueron buenos tiempos, y que dejaron una herencia nunca del todo valorada: la violencia política y las dictaduras, que en aquella época eran hechos cotidianos, hoy la sociedad no los tolera.

A pesar de mis esfuerzos para no desilusionarlo (el chico me examina con desdén, amenazando volver a Rilke) ya no puedo extraer más recuerdos felices. Recaigo en el relato sombrío, le hablo de los años que siguieron, de la inflación y de la hiperinflación, de la banalidad del deme dos, de una alianza apta para ganar elecciones, pero no para gobernar, pero le tocó la Argentina. Incurro en la ligereza de afirmar que así como tuvimos caudillos en el siglo diecinueve y en el veinte, empezamos el veintiuno con otro de la misma estirpe; que ese caudillo, venido del Sur, intentó dividirnos y hacernos regresar a las más crudas antinomias; le digo que no lo logró, pero que nos hará perder otra década.

Es inevitable (y desafortunado) que un hombre como yo quiera sacar siempre conclusiones. Hago una pequeña trampa (mi alter ego aún no leyó a Borges) y remato mi intervención diciéndole: "Cada día que pasa, nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos".

El muchacho que fui me da la espalda, indiferente; se compra el libro que tanto lamentará perder, y desaparece. Como en El otro, no pudimos entendernos ni volveremos a encontrarnos. No teníamos más recursos disponibles; era inútil que yo lo aconsejara o discutiera con él, porque "su inevitable destino era ser el que soy".

La fatalidad de Borges me seduce y me amarga. Reencontrar su cuento me llevó a otra antigua y querida lectura, que acaso lo matice. No es azarosa la asociación: una de las claves de El otro es el transcurrir del tiempo. Para el viejo Borges, a diferencia de su otro yo juvenil, las metáforas no se inventan o descubren; apenas corresponden a afinidades íntimas y notorias que nuestra imaginación ya ha aceptado. Su materia es la vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua.

Otro escritor, contemporáneo de Borges, construía sus metáforas con el devenir. En agosto de 1937, se estrenó en Londres la comedia dramática en tres actos El tiempo y los Conway, del inglés J. B. Priestley. Formaba parte, junto con Esquina peligrosa y Yo estuve aquí una vez, de una trilogía vinculada por un interés común: el problema del tiempo. Escribió Priestley que las tres piezas tratan del tiempo de un modo inusual, pero cada una ofrece una solución particular al problema.

El tiempo y los Conway, que era su preferida, adopta un punto de vista insólito. Altera el orden de los sucesos, con lo que produce un efecto similar al de El otro: sabemos de la vida futura de los personajes más de lo que ellos mismos saben. En apariencia, la obra de Priestley cuenta una anécdota convencional: la historia de una familia en dos momentos contrapuestos; al comienzo nos muestra una escena alegre, la fiesta de veintiún años de Key, una de las hijas; luego relata el ocaso del grupo, cuando los integrantes de la familia vuelven a reunirse, veinte años después, para vender la casa de los padres. El artificio consiste en que el episodio de la disolución familiar está intercalado en el segundo acto, mientras que el tercero retoma la escena inicial.

Al principio, los Conway irradian felicidad; en el segundo acto están roídos por la amargura, han fracasado; en el tercero continúa la fiesta, y los vemos formular sus proyectos, pero nos damos cuenta, con dramática ironía, (la expresión es de Priestley, podría ser de Borges) que jamás serán lo que desean ser.

El dramaturgo inglés le da una vuelta de tuerca al problema arquetípico del apogeo y la agonía. Sostiene, apoyado en una ignota teoría, que el tiempo nos derrota si lo concebimos como el testimonio de un solo observador, cuya vida va siendo devorada por los acontecimientos. El entrañable personaje de Alan, que permanece inmune a la destrucción de la familia, le dice a su hermana Key, para consolarla: "Pero lo esencial es que, en este momento o en cualquier momento, somos solamente un corte transversal de nuestro ser real. Lo que «realmente» somos es la longitud total de nosotros mismos, de nuestro entero tiempo, y cuando llegamos al fin de la vida, todos esos seres, todo nuestro tiempo serán «nosotros»? El verdadero tú, el verdadero yo".

¿Qué ocurriría si apreciáramos de este modo a la Argentina: en el tiempo total de su acontecer, no sólo en la secuencia fallida que nos toca a nosotros? ¿Descubriríamos otro panorama, recuperaríamos la ilusión que hemos perdido?

Es difícil saberlo. En la vida, al contrario de la literatura, no hay un narrador que conozca por anticipado las respuestas. La ocurrencia de Priestley, sin embargo, puede inducir una vaga esperanza: que el país provinciano y engreído del que hablaba Borges sea acaso un episodio, no un destino.


El autor es sociólogo, profesor de la UBA.

sábado, 3 de enero de 2009

El equipo


Dijo Priestley sobre "El Tiempo..."


"...El tiempo y los Conway se estreno en el Duchess Theatre, tres años , mas tarde, y obtuvo un gran exito , tanto en inglaterra como en el extranjero, donde todavia se esta representando mucho
El primer acto no es ahora de mi agrado-me parece torpe y excesivamente historiado-; en cambio el segundo acto, tecnicamente, es de lo mejor que que habia escrito hasta entonces para el teatro,y, bien montado e interpretado,preferentemente por un reparto joven( como el de una exquisita representacion que presencie en el Josefstaldt, de Viena, en 1946), el tercer acto puede ser sumamente conmovedor en su dramatica ironia. Nunca se subrayara lo bastante el hecho de que esta comedia no es meramente la realizacion de un artificio conseguido mediante la inversion de los 2 ultimos actos, sino que toda su calidad y toda su enjundia se hallaban contenidas en el tercer acto, cuando sabemos de los personajes mucho mas de lo que ellos mismos saben
Si no se llega a comprender y a apreciar debidamente esto, la comedia resulta un fracaso..."
J.B.PRIESTLEY

jueves, 1 de enero de 2009

25 de enero Estreno "El Tiempo y los Conway" J.B.Priestley



En el aniversario número veinticinco de la muerte de su autor, el genial autor británico
J. B. Priestley, se presenta en Buenos Aires , con dirección de Mariano Dossena
El tiempo y los Conway
Traduccion:Jaime Arrambide

El domingo 25 de enero a las 20.30 hs. se estrena "El tiempo y los Conway", una obra del prestigioso dramaturgo J. B. Priestley (Ha llegado un inspector), con dirección de Mariano Dossena (La Música, de M. Duras), en la sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543. Entrada $30.-. Tel. / Informes: 5077-8000 / 5077-8077. Funciones: a partir del 25 de enero, todos los domingos a las 20.30 hs.

El martes 10 de febrero a las 20.30 hs. se realizará una función de prensa.
R.S.V.P.: Silvina Pizarro / Tel.: 4856-6924 / 4857-0288 / 1544018209
pizarrosilvina@ciudad.com.ar
Aprovecharemos la ocasión para realizar un brindis a modo de festejo. Los esperamos!

En agosto de 1937, se estrenó en Londres la comedia dramática "El tiempo y los Conway", del inglés J. B. Priestley. Formaba parte, junto con una "Esquina Peligrosa" y "Yo estuve aquí una vez", de una trilogía que abordaba, desde diferentes puntos de vista, la problemática del tiempo (realizada bajo la influencia de la teoría sobre el tiempo que J. W. Donne había expuesto en varias de sus obras, uno de los autores más leídos por Priestley).
Dice el propio Priestley sobre este trabajo: "llevaría mucho espacio y tiempo exponer toda la acción de la obra en términos de ‘serialismo’ pero afortunadamente no es necesario hacerlo ni aquí ni en el teatro donde la pieza puede tener éxito por sus virtudes teatrales. Pero quizás deba añadir que la teoría del tiempo expuesta en ella es la más próxima a mí y que de las tres piezas, El tiempo y los Conway es mi favorita".

En El Tiempo y los Conway, Priestley altera el orden de los sucesos, con lo que produce un efecto similar al de "El otro" de Borges: sabemos de la vida futura de los personajes más de lo que ellos mismos saben. En apariencia, la pieza cuenta una anécdota convencional: es la historia de una familia en dos momentos contrapuestos, al comienzo nos muestra una escena alegre y luego, relata el ocaso del grupo, cuando los integrantes de éste vuelven a reunirse, veinte años después de aquella escena, para vender la casa de sus padres. El artificio consiste en que el episodio de la disolución familiar está intercalado en el segundo acto, mientras que en el tercero, en cambio, retoma la escena inicial.

Un dato para nada menor es que, además, en el año 2009 se cumplen veinticinco años de la muerte de J. B. Priestley.

Sinopsis
El tiempo y los Conway cuenta la historia de una familia inglesa que vive en Newlingham, un barrio Fabril en las afueras de Inglaterra. Se abarca de un modo muy particular el periodo que va desde 1919 hasta 1937. El autor hace transcurrir esta franja temporal de un modo sorprendente e inquietante.
Año 1919, la Sra. Conway y sus hijos festejan con entusiasmo y alegría el cumpleaños de Kay, una de las hermanas. Año 1937, la familia Conway se junta una vez más con el fin de celebrar otro de los cumpleaños de Kay. Producto de esos 18 años transcurridos, veremos el desgaste y las heridas que fueron padeciendo los Conway.
Misteriosamente, una vez que conocimos el futuro de la familia, la historia regresa a aquel cumpleaños en el año 1919. Junto con Kay seremos testigos de aquello que el resto de los personajes ignoran. Esto se torna angustiante para ella, que, siendo la única que conoce el devenir de su familia intentará abrumada, encontrar alguna clave que será de vital importancia para el resto de su vida.

"La primera vez que leí el texto, siendo adolescente, me cautivó ese manejo tan atípico respecto del tiempo y la riqueza de los personajes que atraviesan la historia. Aquella sensación, mezcla de extrañamiento y profunda emoción, volvió en este reencuentro con el mismo, impulsándome a generar un proyecto teatral que implicó, para mí, dos desafíos muy placenteros: trabajar con un elenco numeroso y abordar un clásico. Los pasajes familiares, los juegos de la niñez, los pensamientos tristes en situaciones alegres y el deterioro de las relaciones a través del tiempo, son algunos de los temas que atraviesan esta pieza, con esa mirada tan profunda como irónica, propia de Priestley", comenta Mariano Dossena
El tiempo y los Conway

Una obra escrita por el reconocido autor británico J. B. Priestley, con dirección de Mariano Dossena.

Estreno: domingo 25 de enero a las 20.30 hs.
Funciones: A partir del 25 de enero, todos los domingos a las 20.30 hs.
El martes 10 de febrero a las 20.30 hs. se realizará una función y un brindis especial para la prensa
R.S.V.P.: Silvina Pizarro / Tel.: 4856-6924 / 4857-0288/ pizarrosilvina@ciudad.com.ar
En el Centro Cultural de la Cooperación, Sala Tuñón, Av. Corrientes 1543.Entrada $30.-
Tel./ Informes: 5077-8000 / 5077-8077
+ Info: http://www.eltiempoylosconway.blogspot.com / www.marianodossena.wordpress.com
Ficha Técnica
Interpretes: Mecha Uriburu (Sra. Conway); Luis Gritti (Alan); Alcira Serna (Magde); Gabriel Kipen (Robin); Victoria Arderius (Hazel); Mariela Rojzman (Kay);Margarita Lorenzo (Carol); Diana Kamen (Joan); Leon Bara (Ernest); Hernan Bergstein (Gerald); Representantes del Autor: The estate of J.B. Priestley / United Agents Itd y The Nancy Smith Literary Agency; Traducción: Jaime Arrambide; Fotografía: Vivi Azar; Diseño Gráfico: Gastón Nanni; Música Original: Diego Lozano;Diseño de Iluminacion: Pedro Zambrelli Realización Escenográfica: Lucio Tirao; Diseño de Escenografía: Nicolas Nanni; Diseño de Vestuario: Julieta Fernández Di Meo y Nicolás Nanni; Producción Ejecutiva: Pablo Silva ; Asistente de Dirección: Alejandra Gargiulo, Puesta en Escena y Dirección: Mariano Dossena.

Sobre Mariano Dossena

Se ha formado como actor y director con maestros tales como Juan Carlos Gené, Verónica Oddó, Augusto Fernández, Rubén Szchumacher, Luciano Suardi y con diversos profesionales del exterior, tales como Alberto Isola (Perú), Jorge Guerra (Perú), Beatricce Braco (Italia) y Marcelo Díaz (Director residente en Alemania). Como director, se destacan los siguientes trabajos: "La Música" de Marguerite Duras en el Centro Cultural de la Cooperación; "Espacio Escondido" de Paúl Auster (La Tertulia y Teatro Nacional Cervantes); "Ensayo Anterior", un espectáculo inspirado en textos de F. G. Lorca, Shakespeare y T. Kantor (Teatro IFT); "Bardo, la puerta de la tierra pura", una propuesta con dramaturgia, actuación y dirección de Silvana Correa y Mariano Dossena (Espacio Callejón, IMPA La Fabrica Ciudad Cultural); "Del estomago bien gracias" , de Silvia Spina (Teatro La Colada). Como actor, ha trabajado en obras tales como: "La valija", de Julio Mauricio (Sala Carlos Carella); "Mateo", de Armando Discepolo (Sala Carlos Carella); "Seresleves" de Javier Margulis (Centro Cultural Recoleta); "Metáfora", espectáculo unipersonal sobre textos de F. G. Lorca (Teatro Liberarte); "Un guapo del 900" , de S. Eichelbaum, con dirección de Juan Carlos Gené (Teatro San Martín); "Solo Ochenta" de Colin Higgins (El Ombligo de la Luna) y "Nudos" de Roberto Perinelli, con dirección de Salo Pasik y Silvia Vladimivsky, entre otras. En el área audiovisual, trabajó en el film "Temporal" de Carlos Orgambide (Co protagónico) y en televisión, ha participado en los siguientes programas:"Casi Angeles"(Crismorenagroup), "Padre Coraje" (Pol-ka), "Como vos y yo" (Canal 13) y Chiquititas (Telefe), entre otros. A su vez, también se desempeñó como asistente de dirección de "Ahora Somos todos negros", con Leonor Manso e Ingrid Pelicori en el Centro Cultural de la Cooperación. En el área pedagógica, desde el año 2004 hasta la actualidad, trabaja como docente teatral en El Colegio Nacional de Buenos Aires (U.B.A.) y en diversas instituciones culturales.