martes, 27 de enero de 2009

Critica Silvia Urite-Premios Teatro del mundo

El tiempo y los Conway- de J. B Priestley- Dir Mariano Dossena
“La era de la inocencia ha llegado a su fin”- Por Silvia Urite-Investigadora Teatral- Jurado de los Premios Teatro del Mundo


Link de la nota: http://silviauriteteatro.blogspot.com/2009/01/el-tiempo-y-los-conway-de-jb-priestley.html


J. B Priestley (1894- 1984). Su web oficial: www.jbpriestley.co.uk lo presenta como escritor, novelista, dramaturgo, ensayista, locutor, guionista, experto en temas sociales y hombre de letras.Al cumplirse el 25 ° aniversario de su muerte, el director Mariano Dossenna ha llevado a cabo la puesta de una obra de 1937, El tiempo y los Conway.El autor participó en la 1° Guerra Mundial, en el frente francés, algo que un personaje de Los Conway experimenta.
La obra se inicia durante el cumpleaños N° 21 de Kay, una de cuatro hijas de una familia de madre viuda, que cuenta también con dos hijos.Tiempo después vamos a asistir a una reunión que va a suceder en el cumpleaños N° 40 de Kay.
El primer cuadro resulta ingenuo, a comparación del segundo, donde reina el cinismo.
Existe un tercer cuadro que va a producir un flashback hacia la época del primero.La pieza representa el tiempo de las ilusiones perdidas, el cruel paso del tiempo que destruye los sueños.
Durante el primer acto Priestley nos presenta a los personajes: una madre autoritaria, reciente viuda, que quiere imponer su voluntad sobre sus descendientes.
Entre las hijas, la menor, Carol, “un ángel” que no ha llegado a los 16 años; Kay, la que sueña con ser novelista; Magde, una joven y ambiciosa maestra de primaria, y Hazel, la linda del pueblo, sufre el acoso de los oficiales que visitan el pueblo.
El cumpleaños se ve marcado por el regreso de Robin, el hijo que es la promesa de futuro de la familia, mientras, Alan, el tímido, espera en silencio y en la sombra.Tres personas que no son familiares visitan la casa: una amiga de las chicas, algo soñadora y tonta, un joven abogado y un empresario recién llegado al pueblo. Por supuesto, estos personajes van a entrecruzar sus vidas con la de los Conway.En el cumpleaños N° 40, varios de los hijos viajan desde lejos, ya no pertenecen a la casa familiar.
La reunión ya no es un festejo sino un encuentro para dirimir la herencia de los Conway, el tiempo y el dinero han opacado todo.De este modo, cambian las voces, los cuerpos de las actrices y de los actores. La que antes era deseada, ahora es ultrajada, la idealista se ha vuelto apática, la escritora redacta entrevistas de poco valor. De los hermanos ni hablar, el sueño no se ha cumplido.
La escenografía es simple: una ventana y unos pufs o un sillón, y un piano. La ambientación está cuidada hasta el más mínimo detalle, como por ejemplo las tazas de porcelana inglesa.
Se destacan las actuaciones de Alcira Serna (Magde), la maestra socialista; Mariela Rojzman (Kay), la escritora y Gabriel Kipen (Robin), el soldado recién llegado.
Al final del segundo cuadro, hay un diálogo emotivo entre Kay y Alan (Luis Gritti), que recitan a William Blake.El vestuario y maquillaje se adaptan a la época. Mientras en el primer cuadro asistimos al apogeo y caída de la Belle Epoque, en el segundo, se avecina otra nueva guerra mundial y su escasez.La pieza es realista, pero es interesante el retroceso hacia el pasado y su nueva conformación. Las actuaciones son parejas y cada rol es ocupado con su debido respeto hacia la letra de Priestley.

viernes, 23 de enero de 2009

Los Conway agotaron!

Localidades agotadas para el domingo 25 de enero!!!
ya estan a la venta las localidades para el domingo 1° de Febrero
consultas Boleteria: 5077-8077

jueves, 22 de enero de 2009

sábado, 10 de enero de 2009

Ultimando detalles...




LUCIO Y MERY(REALIZADORES ESCENOGRAFICOS) ULTIMANDO DETALLES

















martes, 6 de enero de 2009

Los Conway y Los Otros


La Argentina, el tiempo y el otro x Eduardo Fidanza para La Nación

Viernes 17 de octubre de 2008

Un anciano está ante un río; contempla el fluir del agua, que, inevitablemente, lo lleva a pensar en el paso del tiempo. Permanece quieto, recostado en un banco; se complace de estar solo. Comprueba de pronto que se ha sentado cerca un joven; decide no levantarse enseguida para no ser descortés. Le parece reconocer a su acompañante circunstancial, que silba una melodía familiar. Distingue poco a poco sus rasgos, que guardan un parecido notable con los suyos de hace cincuenta años. Se horroriza.

No huye; encara al joven, le formula las preguntas de rigor: dónde nació, cómo se llama, dónde vive. Confirma, con estupor, que ambos son la misma persona desdoblada en el tiempo. Sigue una conversación tensa y sin objeto, en la que cada uno adoptará una estrategia. El anciano, con clarividencia que desdeña, porque es la del ocaso, le adelantará al joven cómo será su vida. El joven, que defiende su libre albedrío, no se dejará dominar por esa fatal certeza. Los separan el tiempo y el espacio. Por lo demás, hay pocas coincidencias entre ellos: algunas escenas familiares, ciertos libros compartidos, haber nacido en la Argentina. Y hay una discrepancia acerca de si la fraternidad entre los hombres es factible o retórica. El joven tiene ideales; el anciano, escepticismo.

Esta trama pertenece, como algunos lectores lo habrán advertido, al cuento de Borges titulado El otro, una de las tantas variaciones de su obsesión por el doble y los espejos. Lo encontré sin saber que lo buscaba. Y al releerlo me sobrevino la pregunta: ¿de qué hablaríamos el joven que fui y el adulto que soy si nos cruzáramos algún día? El diálogo inverosímil que imagino sería, acaso, político o literario, no sentimental. Fatalmente, lo intuyo, hablaríamos de la Argentina, ese invento frustrado (la idea es de Halperín Donghi) que un día inevitable me sobrevivirá.

El episodio no podría suceder en Cambridge, frente al río Charles, donde nunca estuve; tampoco en Ginebra, cuyas calles recorrí, pero apenas recuerdo. El encuentro, con más modestia, acontecería tal vez en Buenos Aires; tal vez en una librería, porque ése es un lugar intemporal en mi vida. Alguna de las que perduraron, que son pocas, pero las hay. Pude estar allí hace cuarenta años como lo estuve esta tarde.

No siento el horror de Borges, aunque no sé si el que fui tendrá interés en escucharme. Lo veo muy atento hojeando un tomito bilingüe de las obras escogidas de Rilke en una edición, hoy inhallable, de Plaza & Janés, con tapas verdes (será uno de sus libros predilectos, al tiempo lo extraviará y nunca podrá recuperarlo). Recuerdo que en esa época el muchacho no distinguía todavía sus pasiones: el poeta de Duino, la teoría social, las peleas de Monzón y la política argentina lo atrapaban por igual.

Me presento; nos reconocemos. Ante su impulsiva curiosidad (los rasgos de carácter no se modifican) cometo la imprudencia de decirle, sin prólogo, que la lucha entre facciones que rige su presente no pudo resolverse, aunque se moderaron, eso sí, las formas; que los políticos no alcanzaron aún la lucidez y se acaba la paciencia; que muchos empresarios no quieren arriesgar, siguen buscando la amistad del gobierno de turno; que en estos años algunos sindicalistas se convirtieron en magnates. Le prevengo que verá desharrapados hurgando basura en las calles, crímenes por un par de zapatillas, niños desnutridos; le anuncio que la universidad en la que estudia, entonces la mejor de América latina, hoy es un tumulto sin destino. Le confieso, con vergüenza, que aun las naciones más amigas ya no nos entienden, que nadie se explica la insistencia en ser menos de lo que podríamos ser.

El joven que fui me interrumpe (yo hubiera hecho lo mismo); no me deja perderme en el pesimismo, que suele ser un síntoma detestable de la vejez. Me reprocha que lo abrume con desgracias; me contesta que, en tal caso, ése es mi país, pero no será el suyo; que él tiene una fe ¡que yo no tuve!

Me obliga a matizar el relato, a reconocer algunos hechos. Le cuento que hubo una matanza y luego una guerra perdida; que, al cabo, llegó la democracia; que la gente salió a la calle a vivar la libertad y respirar el aire nuevo; que renació el arte y el entusiasmo por la cosa pública; que se dijo "nunca más" a los crímenes y hubo un juicio ejemplar a los culpables. Reconozco, en fin, que más allá de errores y conatos, fueron buenos tiempos, y que dejaron una herencia nunca del todo valorada: la violencia política y las dictaduras, que en aquella época eran hechos cotidianos, hoy la sociedad no los tolera.

A pesar de mis esfuerzos para no desilusionarlo (el chico me examina con desdén, amenazando volver a Rilke) ya no puedo extraer más recuerdos felices. Recaigo en el relato sombrío, le hablo de los años que siguieron, de la inflación y de la hiperinflación, de la banalidad del deme dos, de una alianza apta para ganar elecciones, pero no para gobernar, pero le tocó la Argentina. Incurro en la ligereza de afirmar que así como tuvimos caudillos en el siglo diecinueve y en el veinte, empezamos el veintiuno con otro de la misma estirpe; que ese caudillo, venido del Sur, intentó dividirnos y hacernos regresar a las más crudas antinomias; le digo que no lo logró, pero que nos hará perder otra década.

Es inevitable (y desafortunado) que un hombre como yo quiera sacar siempre conclusiones. Hago una pequeña trampa (mi alter ego aún no leyó a Borges) y remato mi intervención diciéndole: "Cada día que pasa, nuestro país es más provinciano. Más provinciano y más engreído, como si cerrara los ojos".

El muchacho que fui me da la espalda, indiferente; se compra el libro que tanto lamentará perder, y desaparece. Como en El otro, no pudimos entendernos ni volveremos a encontrarnos. No teníamos más recursos disponibles; era inútil que yo lo aconsejara o discutiera con él, porque "su inevitable destino era ser el que soy".

La fatalidad de Borges me seduce y me amarga. Reencontrar su cuento me llevó a otra antigua y querida lectura, que acaso lo matice. No es azarosa la asociación: una de las claves de El otro es el transcurrir del tiempo. Para el viejo Borges, a diferencia de su otro yo juvenil, las metáforas no se inventan o descubren; apenas corresponden a afinidades íntimas y notorias que nuestra imaginación ya ha aceptado. Su materia es la vejez de los hombres y el ocaso, los sueños y la vida, el correr del tiempo y del agua.

Otro escritor, contemporáneo de Borges, construía sus metáforas con el devenir. En agosto de 1937, se estrenó en Londres la comedia dramática en tres actos El tiempo y los Conway, del inglés J. B. Priestley. Formaba parte, junto con Esquina peligrosa y Yo estuve aquí una vez, de una trilogía vinculada por un interés común: el problema del tiempo. Escribió Priestley que las tres piezas tratan del tiempo de un modo inusual, pero cada una ofrece una solución particular al problema.

El tiempo y los Conway, que era su preferida, adopta un punto de vista insólito. Altera el orden de los sucesos, con lo que produce un efecto similar al de El otro: sabemos de la vida futura de los personajes más de lo que ellos mismos saben. En apariencia, la obra de Priestley cuenta una anécdota convencional: la historia de una familia en dos momentos contrapuestos; al comienzo nos muestra una escena alegre, la fiesta de veintiún años de Key, una de las hijas; luego relata el ocaso del grupo, cuando los integrantes de la familia vuelven a reunirse, veinte años después, para vender la casa de los padres. El artificio consiste en que el episodio de la disolución familiar está intercalado en el segundo acto, mientras que el tercero retoma la escena inicial.

Al principio, los Conway irradian felicidad; en el segundo acto están roídos por la amargura, han fracasado; en el tercero continúa la fiesta, y los vemos formular sus proyectos, pero nos damos cuenta, con dramática ironía, (la expresión es de Priestley, podría ser de Borges) que jamás serán lo que desean ser.

El dramaturgo inglés le da una vuelta de tuerca al problema arquetípico del apogeo y la agonía. Sostiene, apoyado en una ignota teoría, que el tiempo nos derrota si lo concebimos como el testimonio de un solo observador, cuya vida va siendo devorada por los acontecimientos. El entrañable personaje de Alan, que permanece inmune a la destrucción de la familia, le dice a su hermana Key, para consolarla: "Pero lo esencial es que, en este momento o en cualquier momento, somos solamente un corte transversal de nuestro ser real. Lo que «realmente» somos es la longitud total de nosotros mismos, de nuestro entero tiempo, y cuando llegamos al fin de la vida, todos esos seres, todo nuestro tiempo serán «nosotros»? El verdadero tú, el verdadero yo".

¿Qué ocurriría si apreciáramos de este modo a la Argentina: en el tiempo total de su acontecer, no sólo en la secuencia fallida que nos toca a nosotros? ¿Descubriríamos otro panorama, recuperaríamos la ilusión que hemos perdido?

Es difícil saberlo. En la vida, al contrario de la literatura, no hay un narrador que conozca por anticipado las respuestas. La ocurrencia de Priestley, sin embargo, puede inducir una vaga esperanza: que el país provinciano y engreído del que hablaba Borges sea acaso un episodio, no un destino.


El autor es sociólogo, profesor de la UBA.

sábado, 3 de enero de 2009

El equipo


Dijo Priestley sobre "El Tiempo..."


"...El tiempo y los Conway se estreno en el Duchess Theatre, tres años , mas tarde, y obtuvo un gran exito , tanto en inglaterra como en el extranjero, donde todavia se esta representando mucho
El primer acto no es ahora de mi agrado-me parece torpe y excesivamente historiado-; en cambio el segundo acto, tecnicamente, es de lo mejor que que habia escrito hasta entonces para el teatro,y, bien montado e interpretado,preferentemente por un reparto joven( como el de una exquisita representacion que presencie en el Josefstaldt, de Viena, en 1946), el tercer acto puede ser sumamente conmovedor en su dramatica ironia. Nunca se subrayara lo bastante el hecho de que esta comedia no es meramente la realizacion de un artificio conseguido mediante la inversion de los 2 ultimos actos, sino que toda su calidad y toda su enjundia se hallaban contenidas en el tercer acto, cuando sabemos de los personajes mucho mas de lo que ellos mismos saben
Si no se llega a comprender y a apreciar debidamente esto, la comedia resulta un fracaso..."
J.B.PRIESTLEY

jueves, 1 de enero de 2009

25 de enero Estreno "El Tiempo y los Conway" J.B.Priestley



En el aniversario número veinticinco de la muerte de su autor, el genial autor británico
J. B. Priestley, se presenta en Buenos Aires , con dirección de Mariano Dossena
El tiempo y los Conway
Traduccion:Jaime Arrambide

El domingo 25 de enero a las 20.30 hs. se estrena "El tiempo y los Conway", una obra del prestigioso dramaturgo J. B. Priestley (Ha llegado un inspector), con dirección de Mariano Dossena (La Música, de M. Duras), en la sala Tuñón del Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543. Entrada $30.-. Tel. / Informes: 5077-8000 / 5077-8077. Funciones: a partir del 25 de enero, todos los domingos a las 20.30 hs.

El martes 10 de febrero a las 20.30 hs. se realizará una función de prensa.
R.S.V.P.: Silvina Pizarro / Tel.: 4856-6924 / 4857-0288 / 1544018209
pizarrosilvina@ciudad.com.ar
Aprovecharemos la ocasión para realizar un brindis a modo de festejo. Los esperamos!

En agosto de 1937, se estrenó en Londres la comedia dramática "El tiempo y los Conway", del inglés J. B. Priestley. Formaba parte, junto con una "Esquina Peligrosa" y "Yo estuve aquí una vez", de una trilogía que abordaba, desde diferentes puntos de vista, la problemática del tiempo (realizada bajo la influencia de la teoría sobre el tiempo que J. W. Donne había expuesto en varias de sus obras, uno de los autores más leídos por Priestley).
Dice el propio Priestley sobre este trabajo: "llevaría mucho espacio y tiempo exponer toda la acción de la obra en términos de ‘serialismo’ pero afortunadamente no es necesario hacerlo ni aquí ni en el teatro donde la pieza puede tener éxito por sus virtudes teatrales. Pero quizás deba añadir que la teoría del tiempo expuesta en ella es la más próxima a mí y que de las tres piezas, El tiempo y los Conway es mi favorita".

En El Tiempo y los Conway, Priestley altera el orden de los sucesos, con lo que produce un efecto similar al de "El otro" de Borges: sabemos de la vida futura de los personajes más de lo que ellos mismos saben. En apariencia, la pieza cuenta una anécdota convencional: es la historia de una familia en dos momentos contrapuestos, al comienzo nos muestra una escena alegre y luego, relata el ocaso del grupo, cuando los integrantes de éste vuelven a reunirse, veinte años después de aquella escena, para vender la casa de sus padres. El artificio consiste en que el episodio de la disolución familiar está intercalado en el segundo acto, mientras que en el tercero, en cambio, retoma la escena inicial.

Un dato para nada menor es que, además, en el año 2009 se cumplen veinticinco años de la muerte de J. B. Priestley.

Sinopsis
El tiempo y los Conway cuenta la historia de una familia inglesa que vive en Newlingham, un barrio Fabril en las afueras de Inglaterra. Se abarca de un modo muy particular el periodo que va desde 1919 hasta 1937. El autor hace transcurrir esta franja temporal de un modo sorprendente e inquietante.
Año 1919, la Sra. Conway y sus hijos festejan con entusiasmo y alegría el cumpleaños de Kay, una de las hermanas. Año 1937, la familia Conway se junta una vez más con el fin de celebrar otro de los cumpleaños de Kay. Producto de esos 18 años transcurridos, veremos el desgaste y las heridas que fueron padeciendo los Conway.
Misteriosamente, una vez que conocimos el futuro de la familia, la historia regresa a aquel cumpleaños en el año 1919. Junto con Kay seremos testigos de aquello que el resto de los personajes ignoran. Esto se torna angustiante para ella, que, siendo la única que conoce el devenir de su familia intentará abrumada, encontrar alguna clave que será de vital importancia para el resto de su vida.

"La primera vez que leí el texto, siendo adolescente, me cautivó ese manejo tan atípico respecto del tiempo y la riqueza de los personajes que atraviesan la historia. Aquella sensación, mezcla de extrañamiento y profunda emoción, volvió en este reencuentro con el mismo, impulsándome a generar un proyecto teatral que implicó, para mí, dos desafíos muy placenteros: trabajar con un elenco numeroso y abordar un clásico. Los pasajes familiares, los juegos de la niñez, los pensamientos tristes en situaciones alegres y el deterioro de las relaciones a través del tiempo, son algunos de los temas que atraviesan esta pieza, con esa mirada tan profunda como irónica, propia de Priestley", comenta Mariano Dossena
El tiempo y los Conway

Una obra escrita por el reconocido autor británico J. B. Priestley, con dirección de Mariano Dossena.

Estreno: domingo 25 de enero a las 20.30 hs.
Funciones: A partir del 25 de enero, todos los domingos a las 20.30 hs.
El martes 10 de febrero a las 20.30 hs. se realizará una función y un brindis especial para la prensa
R.S.V.P.: Silvina Pizarro / Tel.: 4856-6924 / 4857-0288/ pizarrosilvina@ciudad.com.ar
En el Centro Cultural de la Cooperación, Sala Tuñón, Av. Corrientes 1543.Entrada $30.-
Tel./ Informes: 5077-8000 / 5077-8077
+ Info: http://www.eltiempoylosconway.blogspot.com / www.marianodossena.wordpress.com
Ficha Técnica
Interpretes: Mecha Uriburu (Sra. Conway); Luis Gritti (Alan); Alcira Serna (Magde); Gabriel Kipen (Robin); Victoria Arderius (Hazel); Mariela Rojzman (Kay);Margarita Lorenzo (Carol); Diana Kamen (Joan); Leon Bara (Ernest); Hernan Bergstein (Gerald); Representantes del Autor: The estate of J.B. Priestley / United Agents Itd y The Nancy Smith Literary Agency; Traducción: Jaime Arrambide; Fotografía: Vivi Azar; Diseño Gráfico: Gastón Nanni; Música Original: Diego Lozano;Diseño de Iluminacion: Pedro Zambrelli Realización Escenográfica: Lucio Tirao; Diseño de Escenografía: Nicolas Nanni; Diseño de Vestuario: Julieta Fernández Di Meo y Nicolás Nanni; Producción Ejecutiva: Pablo Silva ; Asistente de Dirección: Alejandra Gargiulo, Puesta en Escena y Dirección: Mariano Dossena.

Sobre Mariano Dossena

Se ha formado como actor y director con maestros tales como Juan Carlos Gené, Verónica Oddó, Augusto Fernández, Rubén Szchumacher, Luciano Suardi y con diversos profesionales del exterior, tales como Alberto Isola (Perú), Jorge Guerra (Perú), Beatricce Braco (Italia) y Marcelo Díaz (Director residente en Alemania). Como director, se destacan los siguientes trabajos: "La Música" de Marguerite Duras en el Centro Cultural de la Cooperación; "Espacio Escondido" de Paúl Auster (La Tertulia y Teatro Nacional Cervantes); "Ensayo Anterior", un espectáculo inspirado en textos de F. G. Lorca, Shakespeare y T. Kantor (Teatro IFT); "Bardo, la puerta de la tierra pura", una propuesta con dramaturgia, actuación y dirección de Silvana Correa y Mariano Dossena (Espacio Callejón, IMPA La Fabrica Ciudad Cultural); "Del estomago bien gracias" , de Silvia Spina (Teatro La Colada). Como actor, ha trabajado en obras tales como: "La valija", de Julio Mauricio (Sala Carlos Carella); "Mateo", de Armando Discepolo (Sala Carlos Carella); "Seresleves" de Javier Margulis (Centro Cultural Recoleta); "Metáfora", espectáculo unipersonal sobre textos de F. G. Lorca (Teatro Liberarte); "Un guapo del 900" , de S. Eichelbaum, con dirección de Juan Carlos Gené (Teatro San Martín); "Solo Ochenta" de Colin Higgins (El Ombligo de la Luna) y "Nudos" de Roberto Perinelli, con dirección de Salo Pasik y Silvia Vladimivsky, entre otras. En el área audiovisual, trabajó en el film "Temporal" de Carlos Orgambide (Co protagónico) y en televisión, ha participado en los siguientes programas:"Casi Angeles"(Crismorenagroup), "Padre Coraje" (Pol-ka), "Como vos y yo" (Canal 13) y Chiquititas (Telefe), entre otros. A su vez, también se desempeñó como asistente de dirección de "Ahora Somos todos negros", con Leonor Manso e Ingrid Pelicori en el Centro Cultural de la Cooperación. En el área pedagógica, desde el año 2004 hasta la actualidad, trabaja como docente teatral en El Colegio Nacional de Buenos Aires (U.B.A.) y en diversas instituciones culturales.

Fotos Conway