jueves, 18 de junio de 2009

NOTA EN CLARIN ESPECTACULOS TEATRO: TENDENCIA EN LA CARTELERA PORTEÑA

Las madres de la escena
Los dos grandes éxitos teatrales, "¡Más respeto que soy tu madre!" y "Agosto", en clave grotesca o dramática, rondan en torno a la figura materna. Y hay otros ejemplos en la cartelera. Aquí, madres para todos los gustos. Por: Laura Gentile

La conflictiva, fluctuante, compleja y hasta en ocasiones pesadillesca relación madre hijos, parece estar copando las tablas porteñas. Son muchas las obras que exploran este vínculo: desde los éxitos de la temporada ¡Más respeto que soy tu madre! con Antonio Gasalla y Agosto, con un elenco encabezado por Norma Aleandro, hasta obras más pequeñas como Las llaves de abajo, de Daniel Burman y Damián Dreizik, La pipa de la paz con Mabel Manzotti y Carlos Portaluppi y los unipersonales de Gabriela Acher Algo sobre mi madre... todo sería demasiado y La madre impalpable de Jorgelina Aruzzi, entre otras.

No faltan preguntas. ¿Qué modelos de madre reflejan? ¿Qué obsesiones abordan? ¿Qué conflictos plantean? ¿Qué abruma a los hijos de las madres de hoy?

"Cuando te fuiste le rompiste el corazón a tu padre", le repite una y otra vez Norma Aleandro a la mayor de sus hijas, interpretada por Mercedes Morán en la multipremiada Agosto: Condado de Osage, contraviniendo el más básico sentido del cuidado y la preservación amorosa. Le seguirán otras tantas "dulzuras" dedicadas a sus otras dos hijas, personajes a cargo de Andrea Pietra y Eugenia Guerty.

En esta obra del estadounidense Tracy Letts -dirigida por Claudio Tolcachir-, la madre es el centro neurálgico, alrededor de la cual giran sus hijas como satélites desorientados y todo parece corromperse hasta echarse a perder.

Fue Mercedes Morán quien eligió el texto y lo adaptó para esta puesta. ¿Qué le atrajo de esta mirada? "Me parecen fundamentales los temas que generan problemas a resolver y en especial el vínculo madre e hijo, un vínculo que nos pasamos la vida resolviendo -contesta Morán-. Es la fuente de un montón de conflictos, es un espejo en el cual nos miramos para armar otros vínculos. Es el más fuerte de todos, el que más marcados nos deja, de hecho es recurrente en la literatura".

Mercedes Morán recuerda que la obra de teatro que marcó su debut, El efecto de los rayos gamma sobre las caléndulas, hablaba del mismo tema. "Y en Agosto -explica la actriz-, me pareció genial que la hija mayor, que es la que aparentemente tiene más claro la influencia de la madre sobre ellas y la que se siente con más autoridad en esa casa, es la que está más cerca de repetir el modelo. Era una paradoja bastante dramática. Uno cree que cuando puede ver el comportamiento nocivo de alguien ya está salvado. A veces eso no alcanza".

No contento con mostrar una madre, en Las llaves de abajo, el cineasta Daniel Burman -que debuta aquí como dramaturgo y director teatral-, las multiplica por tres. Ellas (encarnadas por las actrices Chela Cardalda, Elvira Onetto y María Rosa Fugazot) se mueven como criaturas especialmente creadas para atormentar al protagonista, Damián Dreizik, coautor de la obra.

Y aunque en la puesta no se refleje tan claramente, Burman asegura que intentaron reivindicar la figura materna. "En el sentido de que muchas veces esa relación se usa como excusa para todos los demás vínculos que no podemos resolver en nuestra adultez -explica Burman-. Es la gran excusa para no asumir nuestros vínculos adultos, para no hacernos cargo".

Según Burman, ese vínculo fundacional no deja de ser el pasado, "muchos no quieren resolverlo porque es más cómodo quedarse atrapado en esos pliegues que de alguna manera protegen, es un buen escondite".

En un registro mucho más naturalista, La pipa de la paz (protagonizada por Mabel Manzotti y Carlos Portaluppi) también focaliza la relación entre una madre y su hijo. Desencuentros generacionales, extrema intromisión materna y un cierre sin redención, como si, agotado, su retoño sólo pudiera decir: "es insoportable pero ¡qué le vamos a hacer!".

La puesta tiene algo de cliché: en oposición a una madre quejosa y terca, el hijo se gana la vida mediando en conflictos internacionales. La madre de Manzotti propone una identificación rápida a las señoras de las plateas. "Cada frase era un mazazo", asegurará -aún conmocionada-, una de ellas a la salida. Otra se secará las lágrimas en el momento exacto en que la madre se muestra más "controler" que nunca. Manipuladora total, la madre de Manzotti no se calla lo que tiene para decirles a sus hijas, aunque las lastime, actitud que reivindica con orgullo necio.

Si en cualquier manual de psicología básica la madre se erige como sinónimo de nutrición y refugio, en estas versiones es la pesadilla tan temida. Como tener el enemigo en casa.

En El tiempo y los Conway, de J. B. Priestley, dirigida por Mariano Dossena, la madre parece estar más ocupada en pasarla bien que en cuidar o corregir los defectos de cada uno de sus hijos. En La pecadora de Lorenzo Quinteros la madre infantiliza a su hija (la poeta uruguaya Delmira Agustini asesinada por su marido) con un trato aniñado aún a los 20 y tantos años.

Ninguna da remanso, ni contención, ni forma, más bien disparan, atacan, corroen personalidades. Los hijos no parecen muy capaces de defenderse o salir airosos de tal influencia. Están como anulados, atrapados en los conflictos, detenidos en el crecimiento. Los vínculos parecen forzados, obligados, no hay disfrute casi en la compañía familiar, ni alegría, más bien tristeza y desorientación.

Es aquí donde aparece, como excepción a la regla, como mancha blanca, ¡Más respeto que soy tu madre!.

"En esta obra la madre es la que unifica, no la que divide", explica desde España, Hernán Casciari, autor del blog de título homónimo sobre el que está basada la obra. Y agrega: "Es una madre que carga sobre sus hombros una crisis moral de su familia".

En clave de grotesco Gasalla encarna a Mirta Bertotti, ama de casa de 52 años, con esposo desempleado, suegro drogadicto y tres hijos problemáticos. Ella es capaz de entenderlo y apañarlo todo, desde el descubrimiento de la homosexualidad de su hijo hasta la prostitución vía Internet de su única hija menor.

Casciari cuenta que su madre (seguidora del blog desde el 2003) siempre se sintió identificada con Mirta. "No con los problemas de sus hijos -aclara el escritor-, pero sí con ese espíritu optimista y de conciliación".

Finalmente La madre impalpable, el unipersonal de Jorgelina Aruzzi -que espera volver a la cartelera porteña, mientras en agosto se presentará en Rosario- parece mostrar los resultados de las madres anteriores. Como si dijera: el retoño de madres así se convertirá en esto. Una madre treintañera que oscila entre el intento de ser cómplice de su hijo y un limbo de inseguridad y traumas propios que la superan.

Mientras las madres sesentonas se paran sólidamente en una acción represiva o desvalorizadora, las madres de hoy parecieran fragilizadas por el efecto de aquellas, llenas de fugas, dudas, angustias, desbordadas.

Ahora bien, es necesario nuevas preguntas. ¿Qué pasa con este abrumador espejo teatral? ¿Sirve? ¿Aporta algo al espectador? "No soy tan omnipotente de decir que una obra te va a cambiar la vida, sí creo absolutamente en el pensamiento -responde Mercedes Morán-. Como espectadora me ha pasado con algunas obras, una película, un libro, que se te revele algo. Que de pronto algo que no pasaba de un nivel mental acceda a otro nivel de conciencia que te sirva. No digo que una obra me cambió, pero yo puedo decir que un libro, una película me hicieron avanzar muchos casilleros de golpe en el camino de la felicidad".

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